El acceso a los servicios financieros no es uniforme en el territorio nacional. En las áreas urbanas, la presencia de bancos, cooperativas y herramientas digitales facilita la inclusión, mientras que en muchas regiones rurales persiste una brecha que limita las posibilidades de crecimiento individual y colectivo.
La inclusión financiera como impulso para las comunidades rurales
La inclusión financiera en Colombia ha sido definida por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) como el conjunto de herramientas que permiten a personas y empresas acceder a servicios de ahorro, crédito, seguros y pagos electrónicos. Su aplicación en las zonas rurales tiene un alcance estratégico, ya que en estas regiones vive alrededor del 23% de la población del país y se concentra la mayor parte de la producción agrícola destinada tanto al consumo interno como a la exportación. Sin acceso formal al sistema financiero, estas comunidades permanecen expuestas a condiciones de crédito informal con tasas mucho más altas, lo que limita la posibilidad de reinvertir en los ciclos productivos.
Un ejemplo emblemático es el de las familias caficultoras que dependen del comportamiento estacional de las cosechas. Sin un microcrédito accesible, deben recurrir a prestamistas informales que aplican intereses mensuales de hasta el 20%. Este tipo de endeudamiento compromete la rentabilidad de la cosecha y reduce la capacidad de planificar mejoras a mediano plazo, como la compra de fertilizantes, la sustitución de maquinaria o la diversificación con otros cultivos. La inclusión financiera, en cambio, permite distribuir mejor los riesgos, acumular ahorros y establecer una relación más sólida con el mercado.
Las regiones rurales no dependen únicamente de la agricultura. En muchas zonas del Caribe y del Pacífico colombiano, los microempresarios dedicados al turismo comunitario o a la pesca artesanal enfrentan las mismas dificultades. La ausencia de herramientas bancarias limita la posibilidad de emitir recibos digitales, aceptar pagos electrónicos o registrar ingresos de manera formal, condiciones indispensables para acceder a programas estatales de apoyo productivo. La inclusión financiera, en estos casos, no es un concepto abstracto sino una condición concreta para hacer crecer un emprendimiento, generar empleo local y reducir la dependencia de intermediarios.
Su relevancia también es reconocida a nivel institucional. El Consejo Nacional de Política Económica y Social (CONPES) ha definido la inclusión financiera como uno de los instrumentos clave para disminuir la pobreza multidimensional en las zonas rurales dispersas. Integrar estas comunidades al sistema significa garantizar mayor seguridad económica, reducir la vulnerabilidad frente a crisis y abrir canales de desarrollo regional que antes resultaban inaccesibles.
Desafíos persistentes en el acceso a servicios financieros en las zonas apartadas
En las regiones más remotas del país, el primer obstáculo es de carácter logístico. Muchos municipios no cuentan con agencias bancarias permanentes y el contacto con operadores financieros se da solo a través de visitas esporádicas o mediante cooperativas locales con capacidad limitada. Esta ausencia de infraestructura genera exclusión inmediata: para abrir una cuenta, solicitar un microcrédito o realizar un pago formal, comunidades enteras deben desplazarse hacia los centros urbanos, con costos de tiempo y dinero que desincentivan cualquier intento de integración.
Un segundo nivel de dificultad está relacionado con la conectividad. Los datos del Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (MinTIC) muestran que mientras en las grandes ciudades la penetración de internet supera el 80%, en muchas zonas rurales no llega al 50%. La baja cobertura dificulta el uso de aplicaciones móviles, plataformas de pago electrónico o herramientas de ahorro digital. Como consecuencia, incluso las iniciativas públicas o privadas orientadas a promover la inclusión financiera corren el riesgo de no alcanzar a la población que más lo necesita.
A estas barreras se suma un problema de alfabetización financiera. En numerosos corregimientos y veredas, la población adulta no está familiarizada con conceptos como tasa de interés, plazo de un crédito o beneficios de un ahorro programado. Esta carencia limita la capacidad de evaluar alternativas y frena la adopción de soluciones innovadoras. Para los microempresarios rurales, esto significa no lograr construir una historia crediticia formal y, en consecuencia, quedar excluidos de líneas de apoyo estatal o de fondos de desarrollo destinados al sector productivo.
El papel de Monet en la construcción de segundas oportunidades financieras
Las necesidades financieras de las comunidades rurales no son homogéneas. Hay personas reportadas en centrales de riesgo que buscan una manera de reinsertarse en el sistema, microempresarios que requieren liquidez inmediata para sostener la producción, jóvenes con proyectos de emprendimiento que no encuentran crédito en la banca tradicional y jubilados que ven limitado el acceso a préstamos a pesar de recibir una pensión. Monet concentra su acción en estos grupos, construyendo recorridos de inclusión que responden a condiciones concretas.
Para las personas reportadas en centrales de riesgo, la posibilidad de acceder a un microcrédito representa un punto de partida para reconstruir su historia crediticia. En lugar de quedar vinculados a un registro negativo, estos ciudadanos pueden demostrar capacidad de pago mediante préstamos de bajo monto y condiciones más realistas.
Entre los microempresarios rurales, la continuidad productiva depende a menudo de la disponibilidad inmediata de liquidez. Herramientas con aprobación rápida permiten comprar insumos, mantener el capital de trabajo o introducir innovaciones que fortalecen pequeñas actividades agrícolas y artesanales.
El segmento juvenil enfrenta obstáculos distintos. La escasa experiencia bancaria y la ausencia de historial crediticio han frenado durante años el emprendimiento local. Con criterios menos rígidos, las plataformas digitales hacen posible financiar proyectos vinculados a innovación, turismo comunitario o iniciativas tecnológicas, reduciendo la necesidad de migrar hacia los grandes centros urbanos.
También los jubilados suelen permanecer al margen del crédito formal. A pesar de contar con una pensión mensual, la edad es considerada un factor de riesgo que limita el acceso a préstamos. Evaluaciones basadas en la estabilidad del ingreso pensionario permiten, en cambio, que este grupo mantenga autonomía económica y capacidad de consumo.
Estos ejemplos muestran que la inclusión financiera produce resultados concretos cuando las soluciones se moldean a las necesidades de cada segmento social, favoreciendo el crecimiento de las economías locales y reforzando la cohesión de las comunidades rurales.
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