En la Comuna 13 hay semillas que brotan entre la escasez y la pelota
En la Comuna 13 de Medellín hay semillas que florecen en la maleza. En medio de las lomas empinadas, del estigma, del pasado violento que aún no se va del todo, crece también algo distinto: Semillas de vida y paz, un equipo de fútbol con nombre de esperanza y pocos recursos.
Juegan en la Primera C del Torneo Nacional, pero con guayos rotos, uniformes remendados y la ilusión intacta. Son jóvenes entre los 18 y 27 años que corren detrás de un balón, pero en realidad corren detrás de algo más difícil: una oportunidad. La posibilidad de ser vistos, de que algún cazatalentos se fije en ese volante que parece tener el mapa del campo en la cabeza, en ese delantero que le pega como si tuviera fuego en los pies, o en ese central que quita la pelota con la precisión de un cirujano.

Juegan cada partido como si fuera el último. Porque, literalmente, podría serlo. No porque no tengan ganas, sino porque no tienen plata. Solo un arbitraje vale 840.000 pesos. Si clasifican, los costos de visitar otras canchas del país se disparan entre 8 y 10 millones. Viáticos, hospedaje, transporte… Y el marcador no siempre se mide en goles, a veces se mide en deudas.
“Nos toca tener tres uniformes, y eso es muy duro. Este es un proyecto bonito, pero sin recursos. Ojalá la empresa privada se fijara en nosotros. Estamos salvando pelados. ¿Cuántos jóvenes como ese que disparó al senador Miguel Uribe estarían mejor en una cancha que con un arma?”, dice con voz firme Willington Cano, líder social de la Comuna 13 y el corazón detrás del equipo.
No es una frase para inflar pecho. Es una realidad que conocen bien en El Salado, la cancha donde entrenan todos los días, de lunes a viernes, sin falta, a las 5:00 de la tarde. A veces sin cenar, a veces con los guayos prestados, pero siempre con el alma metida en cada pase. Allí, entre gritos de aliento, tacos, caños y risas, se construyen partidos… y futuros.
Porque Semillas de vida y paz no es solo un nombre. Es una trinchera. Una forma de resistir al otro partido, el que juega la delincuencia tratando de fichar jóvenes para las bandas y no para los clubes. Por eso cada entrenamiento también es una victoria. Detrás de todo esto hay un legado, la memoria del señor Víctor Luna quien también creyó en el proyecto.
Y sí, tienen hambre. Pero no la del ego ni la gloria. Tienen la otra. La que duele en el estómago, pero también la que empuja. La que los hace seguir. Porque como dicen por ahí, para jugar bien, hay que hacerlo con hambre.
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— Hora13 Noticias (@hora13noticias) June 18, 2025