“Las librerías son microcosmos de diversidad, donde cada lector puede hallar su propio territorio. Es en esta diversidad donde se afirma su esencia abierta como lugares para soñar y compartir”.
Por Juan Ramírez.
Una librería es, ante todo, un punto de encuentro. Un espacio habitado por distintas voces que nos recuerdan la fragilidad de la memoria y la belleza que surge de la finitud humana. ¿No sería acaso maravilloso que las familias acostumbraran ir a las librerías los fines de semana, así como van por un helado los domingos? La visita a una librería no requiere justificación: basta con dejarse atravesar por la sorpresa de los estantes y por la conversación espontánea que brota alrededor de los libros.
No es que yo haya nacido en una familia de eruditos, ni mucho menos que haya crecido visitando librerías desde niño. Mi relación con ellas comenzó tarde, precisamente en el lugar donde hoy trabajo: El Licenciado. De pequeño asistía a la biblioteca municipal, y recuerdo que la bibliotecaria se reía porque siempre pedía poesía, como si fuera un género exclusivo para adultos de barba larga. En el colegio me entregaba con devoción a los planes lectores, y en casa escarbaba entre los libros que mis hermanos dejaban en la pequeña biblioteca improvisada que teníamos. Esa búsqueda espontánea fue mi manera de acercarme a los libros y tal vez de descubrir que el deseo de leer no se hereda, sino que se despierta. Ahora bien, ¿cómo hacer de los libros algo más cercano?
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Acceder a estos nunca ha sido tarea fácil. Una botella de aguardiente puede comprarse hasta en la farmacia, pero un libro, en cambio, requiere atravesar siempre una distancia mayor: prestarlo en una biblioteca o comprarlo en una librería. Parece romántico, incluso ingenuo, pero aspiro a que algún día el libro haga parte de la canasta familiar. Es cierto que leer puede considerarse costoso, pero también es cuestión de prioridades: con el valor de una pizza, que se desvanece en menos de una hora, se puede adquirir un libro que nos acompaña durante una semana entera y al cual podemos regresar siempre.
Se puede empezar por lo más simple: visitar las librerías, aunque no se compre nada, o asistir con frecuencia a las bibliotecas. Allí, libreros y bibliotecarios tenemos una tarea fundamental: correr la cortina del miedo que a veces cubre estos lugares. No son templos para unos pocos eruditos ni salones reservados a iniciados. Son espacios abiertos, donde lo que prima es el pensamiento libre, sin prejuicios, y donde cualquiera puede sentirse bienvenido. En Medellín, al igual que en el Oriente antioqueño, esa apertura se ha materializado en una experiencia muy particular que demuestra que las librerías también pueden convertirse en un recorrido compartido por la ciudad.
Ese ejemplo lo encarna Rodnei, librero venezolano que llegó a Medellín en 2016, invitado a la Fiesta del Libro y la Cultura. Aunque conocía Colombia, no había estado en Medellín, y decidió quedarse. Desde su librería Ítaca, imaginó que las librerías podían convertirse en una experiencia cultural y turística. Así nació el tour de librerías: primero como un mapa que él mismo elaboró, y luego como recorridos colectivos que demuestran que estas rutas son caminables y abiertas a todos. Hoy, el tour incluye paradas en las librerías de Oriente como El Licenciado, Cotidiana y Tanta Tinta, al igual que en 9 ¾ en Las Palmas. Así mismo, en las librerías de Medellín. Su iniciativa muestra que visitar librerías puede ser también una manera de recorrer la ciudad y reconocerla en sus palabras, pues al fin, las librerías tienen dentro de sí una magia articulada: la de crear imágenes interiores.
Ninguna pantalla puede sustituir esto. Leer (entre muchas otras cosas) es activar la imaginación. La librería, como extensión de este poder, es el espacio donde esas imágenes se multiplican: donde lo real y lo soñado conviven en los estantes y se ofrece a todo aquel que cruce la puerta de entrada. Esa capacidad de imaginar abre también otra puerta: la de pensar el porvenir.
Si algo asegura la existencia de un porvenir menos oscuro, es la posibilidad de seguir leyendo. En una librería se siembra futuro cada vez que un lector encuentra un libro que lo transforma, lo contradice o le abre horizontes insospechados. En ese gesto silencioso se construye la base de un pensamiento crítico, colectivo y más libre que nos permite abrirnos hacia la pluralidad.
Cada librería encierra muchas voces y no hay dos que sean iguales. Esa pluralidad es su riqueza: las librerías son microcosmos de diversidad, donde cada lector puede hallar su propio territorio. Es en esta diversidad donde se afirma su esencia abierta como lugares para soñar y compartir. Si logramos que estos espacios sean visitados con la naturalidad de quien busca un café o un helado, habremos ganado un bien común invaluable: la certeza de que los libros siguen siendo indispensables para imaginar la vida.