Ramón Alexandro Rovirosa Martínez se vendía como un gran empresario de la industria petrolera de México con “sus múltiples empresas como contratista de Pemex en los últimos 11 años”. Destacaba de sí mismo su contribución a la construcción y mantenimiento de gasoductos y apoyo a la exploración de campos petrolíferos en el sureste. Lo que ocultaba era que su éxito con la petrolera mexicana —contratos por al menos 746 millones de pesos, más de 35 millones de dólares, y permisos para explotar pozos— se explicaba gracias a una red de sobornos en dinero, relojes de lujo y bolsos Louis Vuitton a un auditor de Pemex que comparaba su gran desempeño para la corrupción con el de un torero que salta al ruedo. Le acompañaba Mario Alberto Ávila Lizárraga, político del Partido Acción Nacional y exalto cargo de Pemex Exploración y Producción (PEP) sancionado por su participación en otro fraude.