No es cuestión de apellidos

hace 4 horas 7

Por esas cosas de la vida, me tocó escuchar una conversación ajena en la que alguien decía que su apellido si era de clase, y, por tanto, él era más respetable que cualquier otro individuo. Ni siquiera me atreví a mirar a la persona que decía semejantes sandeces, sentí un dolor inmenso al oír esas palabras de desprecio y segregación. Tal vez el engreído que hablaba no sabe que los apellidos nacieron para diferenciar la población por sus oficios, ubicación, características o posición geográfica, no para segregar. Siempre he creído que la ignorancia es atrevida y, aquellos mermados que se creen más que los demás deberían cerrar la boca; en silencio se ven mejor.

Incómodo por lo escuchado, le conté lo sucedido a un colega quien, sorprendido, de inmediato me hizo la pregunta de rigor, ¿profesor, cómo nacieron los apellidos? Servimos una taza de café y le conté que los apellidos, tal y como los conocemos nacieron por la imperiosa necesidad de diferenciar e identificar mejor a las personas; otrora, bastaba solo con un nombre o denominación, ya que las comunidades eran pequeñas y todos se conocían. Pero, a medida que la población crecía se hacía más complejo nombrarse o llamarse, he ahí la necesidad de un segundo nombre o en su defecto un apellido.

En la antigüedad, había pequeñas aldeas donde habitaban pocas personas, cada uno tenía un nombre y las familias se diferenciaban por el Tótem (animal) que identificaba la casta, linaje o parentesco. Al entrar a un caserío se podía ver, en la parte superior, la cabeza o el cuerpo de un animal disecado que daba filiación a esa familia. Se distinguieron entonces la familia Vaca, la familia Toro, León, Cordero, Cuervo, Becerra… Pasaba el tiempo y la población aumentaba y, una mujer que se llamaba María, cada vez se hacía más difícil de encontrar, esto porque había más mujeres que también se llamaban María, de ahí la necesidad de empezar a diferenciarlas. Fue necesario dar detalles acerca de quien se estaba hablando, en este caso de María.

Algunos apellidos surgieron de rasgos paisajísticos o arquitectónicos; ¿dónde vive María?, cerca del puente, vive donde están las iglesias, detrás de la torre; de allí nacen los apellidos: Torres, Fuentes, Iglesias, Puente, Palacios… Por características de la persona, si no era gordo, entonces era Delgado; si no tenía cabello, era Calvo; si su pelo no era castaño, era Rubio; si no era blanco, era Moreno; si tenía buen sentido del humor, era Alegría; si era educado, era Cortés, mi apellido. Para más señas se decía el lugar de origen; ¿cuál María?, la que vive en el Arroyo o la que vive en el Prado, muy cerca de la Peña; estos se llaman «apellidos topónimos», que hacen referencia a los lugares de procedencia, ahí nacen apellidos como Arroyo, Costa, Cuevas, Peña, Prado, Rivera… No podemos olvidar, le dije a mi colega, que se llegó también al caso de determinar el origen de la persona y saber a quién se hacía referencia: Tales de Mileto, Aristarco de Samos, Jesús de Nazaret, Erasmo de Rotterdam, así en lo sucesivo se fue nombrando la persona teniendo en cuenta su lugar de nacimiento. A medida que la población aumentaba se hacía necesario dar más detalles para poder ubicar a alguien en el infinito mar de personas. Se empiezan a dar los apellidos por oficios o profesiones, los cuales eran más certeros para ubicar a alguien; María la hija del zapatero, nace el apellido Zapata, María la hija del herrero, nace el apellido Herrera.

Mi colega, entusiasmado con el tema, me preguntó por qué los negros (no morenos, el color moreno no existe) en nuestro país tienen casi todos los mismos apellidos; resulta que, en la época de la Colonia española en estos territorios, para extraer el oro de las minas se trajeron esclavos del continente africano. Un esclavizador podría comprar quinientos o más esclavos para sus minas, los negros eran marcados como bestias con el apellido de su amo, siendo los grandes esclavizadores los señores Asprilla, Rentería, Mosquera, Lucumí, etc. La descendencia de estos esclavos asumió como suyo el apellido de su amo, por eso cuando uno ve un negro ya sabe o imagina su apellido.

De otro lado podemos hablar de apellidos patronímicos, aquellos que se originan del nombre propio del padre o de un ancestro. La palabra «patronímico» viene del latín pater (padre) y del griego ónoma (nombre), lo que literalmente significa «nombre del padre». En no pocas culturas, esta fue la primera forma de apellido en establecerse. Para distinguirse de otras personas con el mismo nombre, los individuos se identificaban como «hijo de…». Con el tiempo, este sufijo se hizo permanente y se heredó por las siguientes generaciones, convirtiéndose en el apellido familiar. Del hijo de Álvaro nace el apellido Álvarez, de Fernando, Fernández; de Rodrigo, Rodríguez; de Gonzalo, González; de Martín Martínez; de Sancho, Sánchez… Bueno, se me acabó el espacio para escribir todo lo que le conté a mi colega, pero, creo haberles dejado la idea de que no es cuestión de apellidos, es cuestión de humildad.

Acotación: en Colombia siempre han gobernado unos pocos apellidos; López, Turbay, Uribe, Santos, Galán, Gaviria, Pastrana, los hijos y los nietos siguen en el poder por secula seculorum. Yo pregunto, ¿no es el momento de darle paso a otras generaciones, otros apellidos y, por ende, otras formas de gobernar?

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