En América Latina y el Caribe, millones de niños llegan a clase con el estómago vacío. Es un dato difícil de digerir en un mundo que produce suficiente comida para todos. Para muchos, la escuela no solo es un espacio de aprendizaje, sino el único lugar donde pueden contar con una comida nutritiva al día. Para sus familias, especialmente en comunidades vulnerables, los programas de alimentación escolar son mucho más que un complemento: son una red de protección real, diaria y silenciosa.