Hay semanas televisivas de vacas gordas. La estrella de mayo ha sido el accidentado desembarco de la facción rebelde de Mediaset en TVE. Con el entrante, El gran desfile, sentí una mezcla de desconcierto y vergüenza ajena, algo similar a lo que sufre la familia de Pequeña Miss Sunshine en el apoteosis final. Fue un disparate incluso para los que apreciamos la originalidad de Sálvame. Esto es otra cosa, tan aguada y plagada de rostros desconocidos hasta para los muy cafeteros, que fue como asistir a la fiesta de fin de curso de un colegio que no es el tuyo. El primer programa, y su escasa audiencia, no restan argumentos a los que los han recibido con las espadas en alto. Habrá que dejarlo reposar, pero su ubicación en las apacibles tardes de la pública provoca la misma sensación que tomarse un copazo entre dos descafeinados de máquina.