Hambre oculta

hace 2 horas 4

“Nutrirnos también es una forma de recordar quiénes somos y nuestro cuerpo tiene la sabiduría para manifestarse y hacerse escuchar”.

Por Valentina Petro Carmona.

  • Volvió a comer tierra. La primera vez lo hizo casi por curiosidad, segura de que el mal sabor sería el mejor remedio contra la tentación. Y en efecto no pudo soportar la tierra en la boca. Pero insistió, vencida por el ansia creciente, y poco a poco fue rescatando el apetito ancestral”. Gabriel García Márquez nos lo dejó escrito con la naturalidad de lo mítico en Cien años de soledad; sin embargo, tal hecho no es netamente literatura mágica, es una realidad, es una alerta clínica y un hambre silenciosa, casi invisible; un hambre de la que no se habla, esa que no ruge en los estómagos, pero se instala en la sangre y en los huesos.

    En una región que ha sido modelo de desarrollo económico, pero que a su vez enfrenta los retos de procesos acelerados de urbanización, fragmentación cultural y cambios significativos en los hábitos alimentarios, se hace necesario resaltar la importancia de no olvidar lo nuestro. El desarraigo alimentario también es cultural; no solo se trata de lo que se come, sino de lo que se olvida: las siembras, la cocina, las conservas, el reconocimiento de las tierras. La pérdida de prácticas tradicionales rompe con una cadena de nutrición afectiva, relacional y comunitaria; cuando esto ocurre el cuerpo busca lo que le falta.

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    En los últimos años Colombia se ha enfrentado a una persistencia de anemia y deficiencias nutricionales, especialmente en niños y mujeres en edad fértil. Según la Encuesta Nacional de Situación Nutricional (Ensin), se ha logrado una reducción en los casos de desnutrición crónica, pero persisten niveles alarmantes de anemia y deficiencias nutricionales. A esto se suma la paradoja de la doble carga nutricional: hogares donde conviven las deficiencias nutricionales con pesos adecuados, el sobrepeso y la obesidad; lo cual perpetúa carencias invisibles.

    El hambre oculta o el trastorno de Pica es el deseo persistente de consumir sustancias no alimenticias como yeso, tierra, pintura, cabello, lana, jabón, ceniza, papel, cartón, barro, madera, plástico, tela, hielo, cemento, entre otros; como respuesta a carencias nutricionales, trastornos del desarrollo o condiciones psiquiátricas. Nutrirnos también es una forma de recordar quiénes somos y nuestro cuerpo tiene la sabiduría para manifestarse y hacerse escuchar. Sin embargo, el consumo de dichas sustancias puede generar complicaciones graves como obstrucciones intestinales, intoxicaciones, infecciones y complicaciones del estado nutricional, hecho que enciende las alarmas de salud pública. Su abordaje requiere valoración clínica integral, que incluya exámenes nutricionales, intervención psicológica y educación alimentaria, con especial atención a corregir deficiencias de micronutrientes (vitaminas y minerales) que pueden explicar el origen del comportamiento.

    Restablecer la relación alimentaria conjunta con el territorio y la cocina, como acto político y pedagógico, es indispensable; la promoción de huertas urbanas, caseras y escolares, mercados locales sostenibles, educación alimentaria y nutricional con enfoque intercultural y políticas publicas que no miren la nutrición solo como números, sino como derechos con memoria, serían no solo respuestas oportunas, sino necesarias en la actualidad. Tenemos regiones con tierra fértil, diversidad agrícola y patrimonio culinario, es deber social cuidarlo y rescatar su importancia. Porque mientras no nombremos los problemas, tampoco vamos a resolverlos. Es urgente educar, diversificar, garantizar acceso real a alimentos de calidad y entender que la nutrición va mucho más allá de un plato lleno, que son importantes los colores, el equilibrio y el balance alimentario; volver a lo nuestro.

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