Ni siquiera los que cargaban sobre sus hombros pesadas neveras, colchones y lavadoras, con al agua marrón del río Táchira hasta la cintura –en otros tramos les llegaba hasta el cuello–, fueron indiferentes a la letra del himno colombiano, el Oh gloria inmarcesible. Para entonces, los agentes de la Policía de Colombia ya formaban cadenas humanas entre las aguas para ayudarlos a cruzar la frontera con sus trasteos, y alguno de los uniformados empezó a entonarlo con un efecto contagioso. Esta semana se cumplen 10 años desde aquella escena de agosto de 2015, cuando el régimen de Nicolás Maduro expulsó de la noche a la mañana a miles de colombianos afincados en la vecina Venezuela, que regresaron apresuradamente por sus enseres, presas del pánico de perderlo todo. Fue el primero de los muchos capítulos de la crisis fronteriza, migratoria y humanitaria entre Colombia y Venezuela, que en muchos sentidos se prolonga hasta hoy e impacta a toda la región.