
Estamos en ese momento en el que, mientras das un paseo, puedes encontrarte indistintamente a alguien con un plumas y una bufanda al cuello, y a otra persona enseñando pernera y estrenando sandalias. En la cocina pasa un poco parecido: no sabes si entregarte definitivamente al gazpacho o todavía puedes comerte una sopa ardiendo y sentirte reconfortada.