Capítulo 16: Entre primeras ilusiones, teléfonos verdes y caminos de polvo

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Hablar de los barrios de Uramita en la década de los años ochenta es transportarnos a un tiempo donde la modernidad aún no había llegado del todo y donde las distancias parecían más largas, no tanto por los kilómetros, sino por las vías sin pavimentar y las aventuras de la vida rural.

En ese entonces, Uramita era un pueblo pequeño, pero lleno de vida y de primeras ilusiones. Las casas eran en su mayoría de bareque, con techos de teja de barro, puertas de madera, y grandes corredores donde se compartían historias de familia.

El transporte era una verdadera aventura. La carretera principal era de tierra, con tramos difíciles que, en épocas de lluvia, se convertían en verdaderos lodazales. Era común ver camiones varados o personas empujando vehículos en medio del barro. Sin embargo, esa dificultad no restaba alegría al movimiento del pueblo, donde todo el mundo se conocía y cada quien aportaba con su esfuerzo al crecimiento del lugar.

En esos años, los barrios como tales no estaban tan claramente definidos como ahora. Se hablaba más bien de sectores o puntos de referencia. Cabuyal, por ejemplo, era un sector conocido por tener algunas casas aisladas, un restaurante, un hotel y una estación de gasolina. También estaba el Huibán, una zona sola que separaba Cabuyal del resto del pueblo, y más adelante Lourdes, un pequeño núcleo de viviendas a lado y lado de la vía principal.

La vida se movía alrededor del comercio pequeño: tiendas de barrio, cantinas donde se compartía cerveza fría en botellas retornables, gaseosas Castalia y Guaraná, y el infaltable billar. La radio era la reina de la comunicación, y en las noches, los cuentos de caminos y de ánimas solían ponerle emoción a las tertulias familiares.

Los niños crecíamos entre juegos de trompo, bolas y partidos de fútbol improvisados en las calles de tierra. Aprendíamos desde pequeños el valor del trabajo, ayudando en las labores del campo o colaborando en los negocios familiares.

La educación era un pilar fundamental. La escuela primaria era un edificio modesto pero lleno de maestros comprometidos que, con recursos limitados, lograban sembrar la semilla del conocimiento en sus alumnos. Algunos de los que continuaban estudios secundarios caminaban largos trechos para llegar al colegio, ubicado al final de La Copa, una de las calles del pueblo.

El recorrido por Uramita

Uramita, en aquellos años, se extendía a lo largo de la troncal que conecta Medellín con Urabá, acompañada también por el curso del río Sucio, que corría paralelo a los patios o solares de las viviendas.

Al llegar desde Medellín, lo primero que se encontraba era el Barrio Cabuyal, donde había algunas casas, un restaurante, un hotel y una estación de gasolina; casi todo era de propiedad de la familia Borja.

Luego venía una zona sola conocida como el sector del Huibán, y más adelante el pequeño Barrio Lourdes. Desde allí, a mano derecha, salía el camino hacia el cementerio, ubicado en una pequeña montañita.

Más adelante, ya en el centro del pueblo, estaban la alcaldía, al frente una cancha polvorienta, el puente y algunos bares y tiendas principales. Desde allí partía, hacia la derecha, la iglesia y la calle conocida como La Copa, que nos lleva hacia Peque. En paralelo a esta calle también corría otro río: el río Uramita. Al final de esta carretera se encontraba el colegio.

Retornando al centro, sobre la vía principal, se encontraba otra estación de gasolina, luego un tramo despoblado, y posteriormente el hospital municipal. Frente al hospital había un pequeño conjunto de unas diez casas conocido como El Totumo.

Continuando por la troncal, cruzábamos un pequeño puente sobre una quebrada proveniente de La Encalichada. A lo largo de esa quebrada se extendía el Barrio Santana, que antiguamente era llamado Barrio Arrecho.

Finalmente, más adelante estaba el Barrio San José, una zona surgida de una invasión, donde también funcionó por un tiempo el matadero municipal.

Primeras ilusiones

Durante mi época de escuela y colegio, aunque ya había algunas admiradoras y yo también admiraba a algunas chicas, apenas comenzaba a jugar con el concepto del noviazgo. Era una época de inocencia, en la que bastaba con decir que tal niña era “la novia de uno”, sin mayores acercamientos más allá de las miradas tímidas o alguna conversación furtiva.

Fue en el bachillerato donde se consolidó algo más serio: tuve mi primera novia oficial, Yanuba Tamayo. Estudiábamos juntos en el colegio, y con ella comenzaron también las primeras salidas a bailar, las visitas a la pequeña sala de cine, los primeros abrazos y los primeros besos apasionados.

Recuerdo especialmente que, en esa época, Elkin Zapata montó una pequeña sala de cine sobre la tienda de Don Gilberto Marín. Por unos pocos pesos, proyectaban películas que nos reunían a los jóvenes del pueblo. Algunas veces llevé allí a mi novia de entonces, viviendo así una etapa de juventud linda, sana y llena de ilusiones.

Policías, sueños y motocicletas

En aquellos años, era muy común que las niñas del pueblo se sintieran atraídas por los policías o soldados que llegaban a prestar servicio en Uramita. Para ellas, tener un novio policía era un motivo de orgullo.

Muchos jóvenes del pueblo veían con cierta dificultad competir por la atención de las muchachas frente a estos forasteros uniformados. Mientras tanto, nuestros propios sueños giraban en torno a ingresar al Ejército o a la Policía, a la guerrilla o migrar a Medellín en busca de un futuro mejor, conseguir una motocicleta, portar un arma, o alcanzar el sueño de ser futbolistas. Algunos pocos encontraban su pasión en otros deportes u otras profesiones, pero todos compartíamos ese deseo ardiente de abrirnos camino en el mundo.

El teléfono verde

Fue también en esta época cuando empezaron a llegar los primeros teléfonos a las casas de Uramita.

En mi casa teníamos un teléfono verde, de disco, cuyo sonido particular al girarlo aún resuena en mi memoria. Mis padres, buscando evitar cuentas elevadas, colocaron un candado en el disco para impedir que hiciéramos llamadas innecesarias. Sin embargo, la curiosidad y el ingenio juvenil siempre encontraban un camino: aprendimos a marcar presionando repetidamente el botón donde se colgaba la bocina. Cada número era representado por una cantidad de pulsaciones, y así, logramos comunicarnos de manera clandestina.

Recuerdo especialmente a mi hermana Laverne, quien utilizaba esta técnica para llamar a su novio Julio César Soto, un policía que había pasado por nuestra región y con quien mantenía contacto pese a la distancia.

Los teléfonos públicos

Simultáneamente, comenzaron a instalarse los primeros teléfonos públicos en Uramita.

Uno de ellos estaba ubicado en la pared de la tienda de Nael. Allí se formaban largas filas de personas, con monedas en las manos, esperando su turno para comunicarse con familiares que habían migrado a otras regiones.

Era una escena habitual: las charlas en la fila, las recomendaciones sobre qué decir en esos escasos minutos de llamada, y la alegría de escuchar la voz de un ser querido, aunque fuera brevemente.

Los empleados de casa y la panadería

Quiero hacer una mención especial a quienes trabajaron en mi casa y en la panadería familiar, personas que dejaron huella en mi vida y cuyo recuerdo conservo con profundo cariño.

Entre las empleadas domésticas recuerdo a Fidelina Osorno, Rosa Graciano, Imelda, Ofelia Restrepo, las hijas de Rosendo y Elena.

En la panadería pasaron trabajadores entrañables como los primeros panaderos: Ramiro Flores, Gabriel y Marta Mananina, El Negro Sebastián; posteriormente los Cano, El Mono de Nutibara, Coqueta, Lucelly Torres, las Cano, las Caicedo, las hijas de Juvenal Hurtado, y tantos otros que pusieron su esfuerzo y dedicación para hacer posible el sueño de nuestra familia.

Ellos, desde su sencillez y entrega, forman parte esencial de la historia que hoy escribimos.

Reflexión Final

Así era Uramita: un pueblo sencillo, lleno de vida, de historia, de sueños y de caminos de tierra que nos vieron crecer.

“Crecimos entre ríos, montañas y caminos de polvo, llevando en el alma la esencia de un pueblo que nunca olvidaremos”

Las opiniones que aquí se publican son responsabilidad de su autor.

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