Amenaza de Guerra a muerte
Resumen: Análisis del 1 de mayo: Petro, su débil convocatoria y el peligro de un discurso autoritario
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Las movilizaciones de la izquierda el primero de mayo fueron muy pobres. Según el mismo MinInterior, apenas 65 mil personas participaron en todo el país, lejísimos de los diez millones por los que clamaba Petro. El grueso, además, fletados con nuestros impuestos: indígenas, sindicalistas del Estado, funcionarios públicos y contratistas. No hay que comerle cuento al bocón: su capacidad de convocatoria a las calles está muy mermada. Eso que llama “pueblo» no le marcha, aunque los pequeños grupos arrendados sigan disciplinados mientras se mantenga el pago del alquiler.
Lo importante, sin embargo, estuvo en el discurso de Petro. Aunque había significativas intervenciones anteriores, esta fue un parteaguas, marca un antes y un después, señala de manera expresa e inequívoca la ruta escogida tanto por lo dicho como, aún quizás más relevante, por los simbolismos.
Por un lado, Petro insiste en reducir el “pueblo» a esa fracción minoritaria del mismo que lo apoya, en enfrentar ese grupo a los demás y en descalificar con los más infames adjetivos a quienes no lo acompañamos. Hasta aquí, más de lo mismo. Ya sabíamos que a él le importa un comino que el Presidente “simboliza la unidad nacional” y que «las autoridades de la República están instituidas para proteger a todas las personas residentes en Colombia, en su vida, honra, bienes, creencias, y demás derechos y libertades”.
Por el otro, Petro amenazó sin miramientos al Senado. Sostuvo que si los senadores «votaran no a la consulta, el pueblo de Colombia se levanta y los revoca”. Dentro de las funciones de la cámara alta está avalar la convocatoria a una consulta popular. Es su derecho no aprobarla si la considera inconveniente o inoportuna o ambas cosas, como en este caso. Además, la revocatoria del mandato opera solo en relación con gobernadores y alcaldes. Un congresista no puede ser revocado. Petro sabe ambas cosas, de manera que su alusión a un levantamiento contra los senadores no puede entenderse sino como el anuncio de un acto violento contra ellos que, tras el discurso, sería alentado por el mismo jefe de gobierno. No es la primera vez que Petro desconoce la independencia y autonomía de las otras ramas del poder público. No ha dudado en denominarse a sí mismo “jefe» del Fiscal, propuso elegir jueces y magistrados por voto popular, en alguna ocasión sitió la Corte Suprema, ha atacado tantas veces a la magistratura que obligó a sendos pronunciamientos de las Cortes sobre su obligación de respetarlas resaltando que “desconoce la función del poder judicial», tampoco tuvo reparos en llamar “hp” al presidente del Congreso y desde Casa de Nariño se ideó y se puso en marcha una operación de soborno de congresistas con dinero del saqueo sistemático a la UNGRD. En fin, antecedes hay muchos. Pero ninguna intimidación como la reciente.
Con todo, lo más grave y preocupante vino con los símbolos. Más allá de la imitación barata que hizo de Chávez, el abuso de la espada de Bolívar era previsible. Lo nuevo fue el uso de la bandera de «guerra a muerte” que promovió Antonio Briceño y que Bolívar asumió en junio de 1.813. No debería sorprender que Petro haya escogido el período más sombrío del periplo guerrero del gran colombiano. La guerra a muerte independentista planteaba el “exterminio» de los españoles y aceptaba el uso de cualquier método y medio para alcanzar el objetivo, incluyendo el asesinato de civiles y toda clase de violaciones al derecho de la guerra, y así ocurrió. Nada, absolutamente nada para enorgullecerse.
Petro no solo no dudo en enarbolar la nefasta bandera, en una preparada puesta en escena, si no que se tomó el tiempo en explicarla y la usó en su ejercicio desenfrenado de agresiones verbales. ¿Una fantochada? Es posible, Petro es un fanfarrón. Pero puede también ser un aviso, una advertencia. Y mal haríamos los demócratas en ignorarla porque, además, se suma a los múltiples mensajes y acciones previas que advierten el deseo de la izquierda extrema de quedarse en el poder.
Alguna vez manifesté mis dudas sobre si Petro era vegetariano, como la izquierda del sur del Continente, o si hacía parte de los carnívoros, aquellos que llegan al poder por la vía electoral para desde ahí desmontar el sistema democrático y atornillarse. Después del primero de mayo hay que asumir sus intenciones autoritarias y que los demócratas cometeríamos un pecado de lesa ingenuidad desestimándolo.
El desafío obliga a prepararse para derrotarlo. Hemos soportado y triunfado frente a peores desafíos: los de Escobar y los extraditables, los «paras» o las Farc de principios de siglo. A Petro y sus hordas habrá que demostrarles que los demócratas somos la inmensa mayoría del pueblo colombiano, que no les tenemos miedo y que si se asoman en el camino del autogolpe o en el de promover la violencia de los suyos contra los demás su destino será, en el mejor de los casos, el de Castillo en el Perú.
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