Por John Chica. Colaboración con Oriente Capital (@oriente.capital).
De antemano, una disculpa: esta columna no es una defensa ideológica a Javier Milei; tampoco intenta ser lo contrario. El título es un pequeño empujón para que nos acompañe a debatir estos argumentos.
¿Qué significa realmente ser liberal? La pregunta parece sencilla, pero la respuesta se complica cuando descubrimos que todos se consideran defensores de la libertad. Desde comunistas hasta capitalistas, desde conservadores hasta progresistas, cada uno tiene su propia definición de lo que implica ser verdaderamente libre.
La palabra “libertad” se ha vuelto el comodín favorito de la política, usada por grupos completamente opuestos que la adaptan a sus necesidades. Para Rousseau y los revolucionarios franceses, la libertad significaba liberarse del poder absoluto de los reyes y crear un contrato social donde todos participaran; lo cual, irónicamente, significa ceder un poco de libertad individual a cambio de seguridad y bienestar provisto por el Estado. Siglos después, Javier Milei en Argentina usa la misma palabra para defender algo totalmente diferente: eliminar las regulaciones del Estado y dejar que el mercado haga lo suyo. Una versión bastante folklórica, a mi modo de ver, de los economistas clásicos como Adam Smith, que lleva al extremo incluso a los exponentes de la escuela austriaca, como Von Mises y Hayek.
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En Colombia, el Partido Liberal siempre habló de libertad para referirse a separar la Iglesia del Estado y modernizar el país, mientras que grupos como el ELN, al cual pertenecieron varios sacerdotes católicos inspirados en la Teología de la Liberación, entendían la libertad como luchar por los pobres y crear una sociedad más justa, incluso a través de las armas. “Bajar al pobre de la cruz (¿a bala?)”, decían algunos.
En Estados Unidos, algunos defienden la “libertad” del mercado sin restricciones, mientras otros la usan para hablar de derechos civiles. Las dictaduras militares del Cono Sur prometían “liberar” a sus países del comunismo, mientras las guerrillas marxistas luchaban por la “liberación” nacional.
Este fenómeno no es casualidad: cada movimiento moldea la libertad según le convenga. Para Milei, libertad es quitar regulaciones estatales; para Rousseau, era que el pueblo decidiera democráticamente; para el liberalismo colombiano del siglo XIX, significaba separar Iglesia y Estado; para la Teología de la Liberación, representó —en sus inicios— ayudar a los más pobres y buscar justicia social, inclusive a través de la lucha armada.
Sin embargo, como nos enseña de manera brillante el cineasta brasileño Jorge Furtado en “La Isla de las Flores”, hay una libertad más básica y real: la económica. En este falso documental, fácil de consultar y ver en YouTube, una simple historia de 15 minutos sobre un tomate nos muestra que, en el capitalismo moderno, la libertad se reduce a cuánto dinero tienes. Los más pobres solo pueden acceder a lo que sobra después de que los que tienen dinero escojan.
Al final, la verdadera libertad no está en los discursos políticos bonitos, sino en tener los recursos para poder elegir realmente. Esto no se logra con radicalismos en ninguno de los extremos ideológicos y políticos. Un territorio más próspero económicamente, y por supuesto, incluyente y sostenible, no se obtiene de la interpretación radical de ninguna doctrina, ni de la eliminación total de los argumentos del otro. Se logra mediante modelos híbridos, mixtos, equilibrados, o como se quiera denominarlos. Se logra reconociendo las luchas y las virtudes de cada modelo.
Casos exitosos he visto en mi vida profesional: libertarios trabajando en proyectos sociales con enfoque de mercado; anarquistas ejecutando proyectos con recursos públicos para que las comunidades se autogestionen; socialistas haciendo investigaciones etnográficas para estudios corporativos. A ninguno de ellos los cuestiono en absoluto; todos están haciendo lo correcto. Todos están trabajando por la libertad a su modo. Todo lo demás, para mí, es puro marketing político.
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¡Viva la libertad, carajo!
“La palabra ‘libertad’ se ha vuelto el comodín favorito de la política, usada por grupos completamente opuestos que la adaptan a sus necesidades”.
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La chica de los caramelos
“La solución no es dejar de ayudar, sino hacerlo de manera inteligente: escuchando realmente a las comunidades, probando qué funciona antes de invertir millones, y midiendo los resultados de verdad”.
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Dinero costoso
“Para tener un punto de referencia, cuando el banco central de un país no controla la inflación el dinero pierde su utilidad y valor, tal como ha sucedido en Venezuela”.