Una de las grandes tragedias de la vida

hace 3 semanas 17

Nimiedades, JAVA.

“Ese es el trasfondo del Día del Amor y la Amistad: no solo celebrar los vínculos presentes, sino también reconocer la persistencia invisible de los afectos pasados”.

Por JAVA.

Cada septiembre, con la llegada del Día del Amor y la Amistad, se multiplican los mensajes, las flores, los chocolates y las fotos en redes sociales entre parejas y amistades. Pero, así como hay quienes en estas fechas se sienten queridos y demuestran cariño, hay para quien es muy doloroso ver estos gestos visibles de aprecio en redes sociales, en las calles y hasta en las publicidades, por la razón de que le “echa sal a la herida” de saberse solitario.

Pero más allá del consumo y de los gestos visibles, hay algo mucho más profundo que casi nunca se menciona: la certeza de que siempre somos más queridos de lo que creemos. Esta idea, tan sencilla como demoledora, rompe con la noción de que solo existimos cuando somos nombrados o cuando recibimos un mensaje, cuando andamos con alguien de la mano o porque tenemos con quién salir un fin de semana.

Muchos de los vínculos más profundos en los seres humanos no suelen terminar con escenas dramáticas ni con frases lapidarias. Se apagan como la luz del atardecer, poco a poco, casi sin darnos cuenta. Lo que alguna vez fue presencia diaria (mensajes a medianoche, secretos compartidos, risas interminables…) se va convirtiendo en un recuerdo cada vez más tenue. No hay discusiones ni grandes traiciones: solo la vida avanzando con sus cambios, sus nuevas ciudades, sus rutinas distintas. Lo que antes parecía inseparable se vuelve eventual, y lo eventual termina siendo ausencia.

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En medio de ese silencio, es común sentir que hemos desaparecido de la vida de los otros. Sin embargo, el afecto no se disuelve tan fácil. La psicología social lleva años demostrando que las personas recuerdan con mayor nitidez a quienes les produjeron emociones intensas —positivas o negativas— incluso décadas después. Y es probable que nosotros sigamos siendo ese recuerdo para alguien, aunque no lo sepamos.

Puede ser un excompañero de colegio que aún sonríe al recordar una frase nuestra; un vecino que se alegraba al cruzarse con nosotros; un colega que se sintió comprendido por una conversación breve, alguien de quien se solía ser cercano y recuerda los momentos en que eran inseparables con cariño, otra persona que tiene guardada en el corazón y la cabeza algún consejo; incluso desconocidos que piensan que se es una persona interesante, acogedora y que hallan en eso inspiración.

Ese es el trasfondo del Día del Amor y la Amistad: no solo celebrar los vínculos presentes, sino también reconocer la persistencia invisible de los afectos pasados. El amor y la amistad no se miden únicamente por la frecuencia del contacto ni por la intensidad de los mensajes, o por la cercanía física de alguien (como dicen, a veces se puede estar rodeado de gente y estar solo), sino por la huella que dejamos en la vida de las personas. Y esas huellas pueden ser más profundas y duraderas de lo que imaginamos.

En nuestra cultura acelerada, donde la comunicación parece un flujo constante de notificaciones y likes, solemos creer que si no hay respuesta inmediata es porque ya no importamos. Pero la realidad es mucho más compleja. Alguien nos recuerda cuando escucha una canción que compartimos hace años; alguien piensa en nosotros cuando pasa por el lugar donde solíamos encontrarnos; alguien todavía revisa una foto vieja para sentirse cerca. Estas presencias invisibles son la prueba de que nunca hemos salido del todo del marco, aunque ya no estemos en la foto.

Recordarlo en una fecha como esta tiene un valor especial. El Día del Amor y la Amistad no debería ser solo un intercambio de obsequios visibles, sino también un ejercicio de gratitud silenciosa: agradecer a quienes nos marcaron, aunque ya no estén presentes; reconocer que nosotros también dejamos huellas, aunque no tengamos confirmación de ello. Así como nosotros extrañamos a personas que no volvimos a ver, también somos extrañados, admirados y queridos por otras sin que lo sepamos.

Tal vez una de las tragedias más grandes de la vida, y también uno de sus consuelos, es que siempre seremos amados más de lo que llegaremos a saber y recordar, ese hecho nos recuerda que la memoria emocional tiene un poder propio y que los lazos humanos son mucho más resistentes y misteriosos de lo que parece.

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