Uno de los problemas de la exageración es que nos deja sin vocabulario cuando las cosas se ponen feas de verdad. Si llamamos tragedia a cualquier pequeño contratiempo de la vida, no sabemos cómo llamar a la muerte de un hijo. Si llamamos violencia a cualquier discusión, nos quedamos sin palabras para describir un asesinato. Si llamamos trastorno mental a cualquier tristura, ansiedad, miedo o angustia, ¿qué hacemos cuando la esquizofrenia se nos planta delante? Cuando hemos exagerado tanto, quedarse sin palabras ante las tragedias verdaderas equivale a encararlas desarmado. Hablar con propiedad permite aplicar las soluciones adecuadas a cada problema, porque ni se matan moscas a cañonazos, ni se frena un genocidio con batucadas.