Sebastián, un artesano del movimiento

hace 4 semanas 27

Voces cotidianas, Andrea García

“Danzar, sin ser un movimiento obligatorio, se convierte quizá en uno de los vehículos más poderosos para salvaguardarnos”.

Por Andrea García.

Un cuerpo, generalmente, se mueve por necesidad. Cada acción está orientada a la consecución de algo: desplazarse de un lugar a otro, ejecutar tareas en la vida diaria, huir de algún peligro. Desde esta mirada, el movimiento se convierte en una respuesta programada para la cotidianidad y la supervivencia; pero ¿qué sucede entonces con la danza? Danzar, sin ser un movimiento obligatorio, se convierte quizá en uno de los vehículos más poderosos para salvaguardarnos.

Sebastián es rionegrero y su relación entrañable con la danza se empezó a tejer desde muy niño: “A los 5 años entré a la escuela Baldomero, donde hice la primaria, y allá, no sé por qué, en ese entonces se le pagaba a un profesor para que le diera danzas a toda la escuela, entonces semanal los papás pagaban 500 pesos por niño y lo que se recogía se lo daban al profe. […] Yo sentí ahí mi forma de expresión con la música, lo que hoy en día llaman ritmo, entonces me iba bien con el ritmo, con la coordinación, con la espacialidad, con la orientación, con la lateralidad, incluso, ellos mismos me lo decían y me ponían adelante para que fuera liderando el grupo”.

Pero lo que se empezó a gestar en la escuela desde la inocencia y el goce, comenzó a ser señalado en su casa. Observar un niño con manifestaciones kinestésicas a flor de piel, se convirtió en una preocupación para aquella familia en la que un hombre, desde temprana edad, debería inclinarse mejor por el fútbol.

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Mas aún, esa represión se convirtió en el motor de su búsqueda; un camino que lo conduciría a indagar por maneras de expresarse a través del baile y el teatro. Hoy, con el paso del tiempo, reconoce que su proceso puede generar resonancias en la vida de otros: “Muchas personas que vienen de generaciones pasadas o incluso de esta generación, pueden sentirse identificadas y pues, la herida mía puede ser la herida de muchos y puede incluso ayudarlos a sanar. Antes era un modelo de expresión incluso inocente, porque es la necesidad de expresar desde el cuerpo, ahora danzar es una forma de protesta”. 

Y así, como un llamado del destino para conectar con los demás, se le presentó la oportunidad de ser maestro. “El primer acercamiento que tuve como profesor fue en una clase de rumba, en el 2011, gracias a Sebastián Ocampo y Gloria Pineda, que en ese entonces eran los encargados del gimnasio en el Imer. Yo empecé a ir al gimnasio normal, como un usuario, y Sebas había estudiado en el Instituto y sabía que yo bailaba y un día me dijo, ve, ¿vos por qué no das una clase de rumba? Yo no sabía qué era una clase de rumba, en mi vida había visto eso. […] Entonces yo me fui para la casa, descargué la música que a mí me gustaba, que a mí me movía. Llegué al Imer, al instituto de deportes, […] y como habían promocionado la clase llegó muchísima gente y ahí se me abrió la puerta en este campo. Ahí encontré el rumbo al área de las clases rítmicas”.  

Se podría decir que más que encontrar el rumbo fue reafirmarlo y darse cuenta de que, además de bailar, tenía una capacidad genuina de conectar con la gente e incitarla al movimiento. Y es que estando aún en ese gimnasio donde conoció a Sebastián y a Gloria, se compró un bafle y empezó a dar clases en varios barrios y veredas del municipio y la gente empezó a reconocerlo.

En la actualidad, se encuentra trabajando en Comfama y él afirma que, desde que está allí, su vida ha cambiado por completo. Han pasado 7 años desde que ingresó a ese lugar y la pasión por lo que hace sigue intacta, aunque reconoce que ha atravesado por momentos difíciles: En la pandemia empezamos a dar clases virtuales, era estar expuesto todo el tiempo públicamente; el hecho de estar detrás de esa cámara, uno no sabía si la gente sí estaba bailando, si la gente entraba a criticar. En ese entonces me subí mucho de peso por la ansiedad y empezaron comentarios fuertes de, ah, este profesor tan gordo por qué está bailando, por qué ponen profesores tan gordos a bailar. Sí había gente que entraba a bailar porque me mandaban fotos y videos bailando, pero muchos otros no. Pero de las cosas bonitas que me dejó eso es hoy salir a la calle y encontrarme gente que yo no conozco y decirme: me salvaste en la pandemia, gracias a vos la pandemia fue amigable desde mi hogar”.

Sebastián ha aprendido a reconocer que sus clases se han convertido, muchas veces, en un refugio para las personas; se lo han dicho en repetidas ocasiones y lo más valioso es que él mismo no teme mostrar sus altibajos. “Uno siempre tiene que estar con la energía al 200 %, sonriendo, feliz, gritando, animando y yo creo que, dentro de mis clases, he sacado el tabú y yo sí digo cuando no me siento tan bien y la gente lo ve jocoso por las formas en las que me expreso, pero en realidad es importante mostrar un profesor humano con tristezas, con rabia, con dolores, con problemas”.

Reconocer su vulnerabilidad lo ha acercado más a los que participan de sus clases; pues al final, quienes han tenido la fortuna de conocer a Sebastián saben que, al confabularse con la música, transforma todo lo que sucede; él tiene el don excepcional de generar en la mente de sus alumnos la idea de otro estado, de otras posibilidades, y, aunque algunos de sus movimientos han estado acompasados con el dolor, la danza aún resguarda la esencia radiante y alegre de ese niño de 5 años que aflora en cada uno de sus pasos.

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