“Segmentar para atacar es una herramienta que no sirve de nada si quien lee, lo hace con tanta pasión como el que se dedica a escribir con el rigor que ello compete. Más allá de títulos o géneros, lo que queda son libros y dentro de ellos, pensamiento”.
Por Cristian Aristizábal.
Creo fielmente que la literatura es el lugar seguro en el que reposan todos los cuestionamientos que detonan la realidad. Basta hacer un ejercicio básico para darse cuenta de ello: tomar un libro novelado —cualquiera que sea—, abrirlo en el inicio de alguno de sus capítulos y leer una página en voz alta. Creo en el despliegue que brota de esa relación directa que se da entre la persona que escribió dedicando tiempo y energía para dejar sus ideas en el papel, y la voz lectora que recibe ese objeto que condensa la vida misma.
Ahora, esta es mi creencia y lejos de brindar doctrinas moralistas lo que busco es plasmar lo importante que resulta la escritura literaria para establecer conexiones críticas con la realidad.
Con esto pienso en el escritor Thomas Mann, puesto que él ha sido un pilar en mi experiencia lectora. Al hacer un barrido general de su obra se puede observar una pasión incansable por hacer de los libros un cristal en el que se reflejan sus temas de interés. Esto lo hace de una forma muy especial porque sus escritos agrupan la sensibilidad y la claridad de las descripciones literarias, mezcladas con la rigurosidad crítica de las ideas filosóficas. La mayoría de sus obras oscilan entre el ritmo abrasador de la novela y el rigor de un crítico que escribe para sembrar nociones que van más allá de la mera descripción. Su escritura es un ejemplo de la buena combinación que resulta entre la literatura y la filosofía.
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Ahora bien, dentro de sus amplios títulos se pueden encontrar diversidad de corrientes que dan cuenta de la variabilidad temática que habita en los libros. En ese mundo hay un sinfín de géneros literarios, y no solo en el universo de Thomas Mann, sino también en la literatura en general. Lo crítico es que en la pluralidad de categorías literarias existe una jerarquización que enaltece un tipo de escritos y condena otros. En esa diferenciación yace la polarización ridícula y excluyente de saberse más o mejor si se gusta más de un género que de otro.
En la actualidad, ante la sobreproducción de publicaciones literarias se han creado unas esferas de categorización, que en efecto, son necesarias para establecer diferencias que nos permitan dirigir y pulir nuestro gusto. Sin embargo, esa misma separación le ha dado entrada a la exclusión. Y esa constante dentro de este esquema hace que el interés mínimo por la lectura desfallezca al encontrarse con la idílica “erudición” que nos han vendido a lo largo del tiempo.
En uno de sus ensayos Mann (2011) señala que “El principio, sin embargo, que ha impulsado a la novela [y a mi parecer, cualquier otro género literario] a hacer este camino tan significativo humanamente, es el de la interiorización” (p. 157), y con ello, expone el trabajo íntegro y dedicado de las mentes que optan por hacer el ejercicio de llevar lo que su cerebro produce diariamente al papel. Ahí yace un esfuerzo por reconocer, puesto que los libros que tenemos en nuestras manos son fruto de una secuencia de ejercicios reunidos en función de un objetivo. Darle prioridad a la exclusión sin detenerse y pensar en todo lo que hay detrás de un libro —sea cual sea su género— es dejarse anonadar por las modas que simpatizan con las formas de ser y no con las formas de pensar.
En este sentido, pienso que la lectura no debe caer en juicios externos que nos lleven a condenar títulos o temáticas. Todo el trabajo crítico debe ser a nivel interno. Es por medio de la experiencia lectora como se debe tratar de conectar con la “interiorización” de quien escribe. Segmentar para atacar es una herramienta que no sirve de nada si quien lee, lo hace con tanta pasión como el que se dedica a escribir con el rigor que ello compete. Más allá de títulos o géneros, lo que queda son libros y dentro de ellos, pensamiento. Thomas Mann lo muestra en cada una de sus novelas (Los Buddenbrook, Doctor Fausto, José y sus hermanos, La montaña mágica…), dando cuenta de lo versátil que puede ser la literatura para inspirar el razonamiento.
Y es que, me parece desgastante condenar los gustos literarios cuando el mero libro como objeto, es una obra de arte en sí mismo. Es un contenedor de información en el que reposan las ideas que le han dado la vuelta al mundo y que han perdurado a lo largo de la historia. En un libro están agrupadas las palabras que nombran la realidad y que de una u otra manera motivan el pensamiento crítico. Y sobre esto, es necesario recordar nuevamente un apunte de Thomas Mann (1971) en donde dice que:
“Un arte que se sirve del lenguaje como instrumento producirá siempre creaciones extremadamente críticas, pues la lengua es en sí misma una crítica de la vida: la nombra, la toca, la designa y la juzga, en la medida en que le otorga vida” (p. 54).
Los libros son arte y no merecen ser excluidos porque mientras exista alguien que esté enamorado de la escritura, habrá alguien que se enamore de la lectura de esos escritos. Por eso, abogo por la libertad de lectura, por las distintas formas de leer, por la variabilidad de tiempos que hay para dedicarse a ello, y espero fervorosamente que los libros sigan resguardando los gustos particulares de cualquiera que quiera ATREVERSE a abrirlos.
“El arte consiste en poner en el máximo movimiento la vida interior con la aplicación mínima de vida exterior; pues la interior es el verdadero objeto de nuestro interés. —La tarea del novelista no es narrar grandes acontecimientos, sino hacer interesantes los pequeños—” (Mann, 2011, pp. 157-158).
Referencias
Mann, T. (1971). Relato de mi vida. Salvat Editores.
Mann, T. (2019). Shopenhauer, Nietzsche, Freud. Alianza.
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“Segmentar para atacar es una herramienta que no sirve de nada si quien lee, lo hace con tanta pasión como el que se dedica a escribir con el rigor que ello compete. Más allá de títulos o géneros, lo que queda son libros y dentro de ellos, pensamiento”.
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