Vicente Borrero parece un soldado de vuelta del campo de batalla. Con la piel curtida, el esmoquin agujereado, una gorra vieja y sucia, el pantalón corto y desteñido, y los ojos siempre mirando a otro lado, siempre a punto de llorar. Luce como el último sobreviviente del poblado de Jicotea, en Santiago de Cuba, un hombre de postguerra que lo vio todo, y lo vivió todo. En su casa de techo de zinc y paredes de tabla, por donde puede colarse cualquier torrencial, Vicente ha estado esperando por alguien desde hace mucho tiempo. El día que Yasser Sosa recorrió más de 150 kilómetros para encontrarlo, Vicente no se lo podía creer. Lo miró, le dijo que probablemente él era como los otros, que habían pasado por ahí hace años, que prometieron ayudarlo. Vicente no lo sabe aún, pero en unos días tendrá una nueva casa, abandonará el espacio donde ha vivido por 77 años para irse no muy lejos, a una vivienda de cemento, pintada de azul, con un jardín y un portal delantero.