“La reprobación es solo un ejercicio en el que los profesores fantaseamos, porque nunca llega a ejecutarse realmente según los propios lineamientos del decreto 1290”.
Por Carlos Hincapié.
El decreto 1290 de 2009 es la norma vigente que reglamenta la evaluación del aprendizaje y la promoción de los estudiantes en básica primaria y bachillerato. En el sitio oficial del Ministerio de Educación se puede leer al respecto: “el alumno que reprueba un grado es aquel que no alcanzó los logros de las áreas obligatorias y fundamentales”. Una definición clara escrita casi en piedra, pero apoyada sobre profundas arenas movedizas, por lo que tiende a desaparecer.
Es ostensible la situación crítica en la que se encuentra el sistema educativo del país respecto a los niveles de educación básica y media, como si habláramos de un inmenso y anciano paquidermo repleto de enfermedades que tarda décadas en dar un paso para avanzar. Varias de esas afecciones se asocian con el virus del hacinamiento, la cobertura, la insuficiencia infraestructural y la excesiva carga docente. La reprobación entonces se presenta como un patógeno silencioso que agrava aún más el estado de salud del mamífero.
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Pido disculpas por la vaguedad de la metáfora anterior, comprendo que solo a los veterinarios les resulta estimulante hablar de las dolencias de los animales. Lo que intento decir es que la reprobación académica bajo las condiciones actuales en las que se presenta el fenómeno educativo en primaria y bachillerato se convierte en una problemática silenciosa y solapada que perjudica gravemente la calidad de la educación en el país.
Cuando en simultáneo existen aulas de más de 45 estudiantes, el temor por perder los cupos para la gratuidad de la matrícula, la escasez de recursos (de todo tipo), y la asignación docente con más de 15 planillas, la reprobación es solo un ejercicio en el que los profesores fantaseamos, porque nunca llega a ejecutarse realmente según los propios lineamientos del decreto 1290. Se tiene, por ejemplo, a estudiantes con extraedad que aún no han aprendido las competencias básicas del curso, pero deben promoverse porque perderían inmediatamente el cupo, o inclusive estudiantes que aun reprobando siete u ocho materias, serán promovidos para el siguiente grado porque no debe excederse el porcentaje máximo de reprobación autorizado para el establecimiento educativo, y dicho porcentaje ya está copado desde inicio de año con los 100, 200 o 300 estudiantes que reprobarán 13 o 14 asignaturas por periodo académico.
Ahora bien, no me interesa hablar en esta columna de culpables o responsables de la crisis, al fin de cuentas vivimos en ella desde el siglo pasado y como si se tratase de una pandemia, si me permiten de nuevo las metáforas, todos los individuos somos potencialmente propensos a infectarnos y esparcir el virus. Para este caso, la reprobación se presenta como un patógeno que afecta y agrava de manera silenciosa y constante la salud de la educación básica y media en el país en términos de calidad académica, convivencia escolar y aprendizaje para la vida en sociedad. “Ya lo reprobará la vida misma”, afirmamos con resignación.
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La reprobación como patógeno
“La reprobación es solo un ejercicio en el que los profesores fantaseamos, porque nunca llega a ejecutarse realmente según los propios lineamientos del decreto 1290”.
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Nueva materia, ¿y los profes?
“En unos meses se aplicará una nueva Encuesta Nacional de Salud Mental para recolectar datos sobre la educación emocional de los estudiantes (y ojalá también de los profesores) para que los colegios puedan ajustar los contenidos y las metodologías de enseñanza”.
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La prioridad
“La prioridad es entonces combatir desde las aulas esos impulsos de violencia, de autodestrucción (…), a partir del reconocimiento y abordaje de nuestras propias emociones”.