La chica de los caramelos

hace 3 horas 4

“La solución no es dejar de ayudar, sino hacerlo de manera inteligente: escuchando realmente a las comunidades, probando qué funciona antes de invertir millones, y midiendo los resultados de verdad”.

Por John Chica. Colaboración con Oriente Capital (@oriente.capital).

  • A pesar de lo que el lector inadvertido podría pensar, este artículo no hablará sobre chicas que comercian dulces en el mercado laboral informal. Aprovechándonos de su curiosidad, vamos a sumergirle en un análisis crítico pero respetuoso sobre el rol de la ayuda para el desarrollo, más conocida en el argot popular como la “cooperación internacional”.

    Durante años el Oriente antioqueño ha venido recibiendo ayuda internacional con la noble intención de mejorar la vida de sus habitantes. Sin embargo, es momento de hacer un balance honesto sobre si estos esfuerzos realmente están funcionando. Para hacerlo, nos vamos a basar en dos economistas reconocidos mundialmente, Esther Duflo y Xavier Sala i Martín, quienes nos ofrecen herramientas valiosas para entender qué está fallando y cómo podemos hacerlo mejor.

    Esther Duflo, ganadora del Premio Nobel, ha demostrado algo preocupante: muchas veces quienes diseñan programas de ayuda no entienden realmente cómo viven las personas que quieren ayudar. En el Oriente antioqueño esto es evidente. ¿Cómo puede ser que un mismo programa de apoyo rural se aplique igual en La Ceja y Rionegro, que son centros empresariales prósperos, y en San Carlos, Cocorná o Argelia, que aún sienten los efectos del conflicto armado colombiano? Es como si alguien decidiera que todas las familias antioqueñas necesitan exactamente la misma medicina, sin importar si tienen gripa, dolor de cabeza o una pierna rota.

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    Xavier Sala i Martín, afamado economista catalán y tal vez el mayor inspirador de esta columna de opinión, va más lejos en su crítica. Él ha estudiado durante años cómo la ayuda internacional, tal como se viene haciendo, simplemente no funciona. Peor aún, a veces hace más daño que bien.

    Narra Xavier la historia de una chica europea que viajó a África a hacer un voluntariado, y al llegar a la aldea decidió comprar una bolsa de caramelos para regalar a los niños. Para no hacer larga la historia, los niños que normalmente no comían caramelos porque no tenían dinero, pelearon por ellos y luego de comerlos se enfermaron, presionando al precario sistema de salud local; los caramelos escasearon y su precio aumentó ostensiblemente, sin mencionar que alguien robó la bolsa de caramelos para poder con ellos pagar una medicina que requería su hijo.

    Si asumimos que los organismos de cooperación internacional son la chica de los caramelos, podremos concluir fácilmente que en determinadas situaciones no solo no consiguieron sus objetivos al intentar ayudar a nuestro desarrollo, sino que por el contrario ayudaron a que las cosas empeoraran un poco.

    Y he aquí una triste realidad: cuando las comunidades se acostumbran a recibir todo desde afuera, dejan de buscar sus propias soluciones. Es como enseñarle a alguien que siempre va a tener quien le resuelva los problemas, en lugar de enseñarle a resolverlos por sí mismo.

    El problema no es que la gente del Oriente no tenga capacidades o ganas de salir adelante. Al contrario, esta región tiene una tradición impresionante de trabajo duro y creatividad. El problema es que muchos programas llegan con fórmulas que funcionaron en Europa (o en África), pero que no encajan con la forma como vive la gente aquí. Es como tratar de sembrar trigo en tierra cafetera.

    La solución no es dejar de ayudar, sino hacerlo de manera inteligente: escuchando realmente a las comunidades, probando qué funciona antes de invertir millones, y midiendo los resultados de verdad, no solo contando cuántas reuniones se hicieron, cuántas fotos se tomaron o cuántos folletos se repartieron.

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