El fútbol tiene esas historias que se escriben entre goles, polémicas y el cariño de la gente. Dayro Moreno, un jugador que tantas veces fue centro de debate, también es el mismo que con su empatía, carisma y entrega conquistó al público. Su regreso a la Selección Colombia fue más que un llamado: fue el resultado de la aclamación de miles de fanáticos que reconocieron su desempeño con el Once Caldas y, sobre todo, el deseo colectivo de verlo vestir la tricolor en lo que muchos consideran el cierre de su carrera.
Pero el guion no terminó como todos esperaban. En el partido frente a Venezuela, con un marcador amplio a favor (5-2), el técnico decidió no darle ni un solo minuto. Ni siquiera ese instante simbólico para que Dayro saliera en la foto y quedara inmortalizado en un homenaje justo para el máximo goleador colombiano en la liga y en uno de los jugadores que, en las últimas jornadas, le dio a Colombia ese toque alegre y de unión en el camerino y en la cancha.
La decisión dejó un sabor amargo. Fue injusto, como si se hubiese roto el pacto no escrito entre hinchas y selección. Convocarlo para luego no permitirle siquiera sentir el césped con la camiseta nacional fue un error que dolió más que un gol en contra. Al final, lo que queda es la gratitud del pueblo hacia Dayro, porque él ya se ganó un lugar eterno en la memoria del fútbol colombiano, aunque esta vez el técnico no lo haya sabido reconocer.
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