Guitarras por la paz: la vida del profe Mejía, un sembrador de sueños en Ciudad Bolívar

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En un rincón humilde pero lleno de historia del municipio de Ciudad Bolívar, Antioquia, nació el 31 de marzo  de 1961 un hombre que, sin saberlo, dedicaría su vida a cambiarla de muchos otros: Jorge Hernando Mejía Acevedo. Padre amoroso de una adolescente estudiosa, incansable trabajador, fiel hincha de Millonarios y, por encima de todo, un apasionado defensor de la música como herramienta de transformación.

Antes de ser maestro, Jorge fue carpintero. Y antes de tener un aula formal, su salón de clases estaba entre bultos de ripio y tablones de madera. Mientras otros veían en la carpintería solo un oficio, él vio una oportunidad: cuando llegó el recorte de nómina en la alcaldía municipal, donde se desempeñaba como empleado, tomó una decisión que marcaría su destino. Alquiló el espacio donde trabajaba la madera, y lo convirtió en algo más: un taller de música.

Allí, en las tardes, comenzaban a llegar ocho, diez, a veces más jóvenes con una inquietud en común: aprender a tocar la guitarra, requinto, y abrirse paso en el mundo de la trova. No tenían otro lugar. Pero encontraron en el «profe Mejía» a alguien dispuesto a enseñarles solfeo, acordes, ritmo, y algo aún más valioso: disciplina, pasión y sueños.

La trova que florece entre aserrín

Corría el año 2013 cuando Mejía se convirtió en promotor de planta de la Casa de la Cultura de Ciudad Bolívar. Su recorrido como maestro empírico ya sumaba años, pero fue entonces cuando su proyecto tomó vuelo institucional. Durante las tradicionales Fiestas del Arriero, implementaron un programa de trovas con eliminatorias a nivel nacional. Fue ahí donde empezaron a brillar varios de aquellos muchachos que, años atrás, afinaban sus primeras guitarras en la carpintería.

Pero la historia dio un giro: el local donde enseñaba era requerido para construir el Parque Educativo, y Mejía debía salir. Lejos de detenerse, su taller de sueños encontró nuevo hogar en la Casa de la Cultura. Desde allí, continuó esculpiendo artistas, modelando personajes, rescatando jóvenes de entornos adversos.

De la madera a los escenarios nacionales.

Muchos nombres han salido de su escuela. Entre ellos, Carlos Andrés Mejía “Obvidio”, ahora reconocido por su participación en Sábados Felices y emisoras como tropicana; y Diego Restrepo Garcia, cantante de música popular con amplia proyección. Pero quizás el mayor logro del profe Mejía no son los escenarios ni los reflectores, sino el cambio real en la vida de muchos jóvenes que, gracias a su guía, eligieron una guitarra en vez de un arma.

Guitarras por la paz ” se llama su proyecto. No podía tener un nombre más acertado. Un nombre que resuena en cada vereda, cada barrio, cada aula donde ha llegado su voz paciente y firme. Su sueño es claro: ver más jóvenes tocando un instrumento, soñando en grande, siendo ejemplo.

Más que un maestro, un líder

Jorge Hernando Mejía no solo ha sido formador, también ha sido concejal por el Partido Conservador, gestor comunitario y promotor cultural  incansable. Su amor por la música y su entrega al servicio social seria un candidato merecedor de la Condecoración al Mérito Diego Calle , mencion que otorga el Concejo Municipal. Un reconocimiento que más que una distinción, seria un reflejo del impacto silencioso pero profundo que ha tenido en su comunidad.

La historia del profe Mejía no se mide en aplausos ni en medallas. Se mide en vidas rescatadas, talentos descubiertos y guitarras afinadas con amor. Porque él entendió que educar no era solo enseñar, sino transformar. Y en cada niño que elige una nota en vez de un error, su legado sigue resonando.

Desde aquella improvisada escuela sobre bultos de ripio, en una carpintería alquilada, comenzó a gestarse una revolución silenciosa. No de pancartas ni discursos, sino de acordes, de versos repentistas, de sueños que florecían al compás del requinto.

Jorge no esperaba nada a cambio. Su paga era una sonrisa, un “profe, ya sé hacer este acorde”, o un aplauso en medio de una fiesta de barrio. Y mientras muchos se preocupaban por estadísticas o presupuestos, él invertía sus tardes en enseñar el valor del arte como camino de redención.

Cuando el espacio fue reclamado para la construcción del parque educativo, no se quejó. Porque sabía que el verdadero aula estaba donde hubiera un joven con ganas de aprender. Y así llegó a la Casa de la Cultura, donde su taller de «Guitarras por la Paz» encontró un nuevo hogar. Un lugar donde la música volvió a tejer esperanza.

Hoy, muchos de sus antiguos alumnos están en escenarios nacionales. Algunos escriben trovas, otros cantan con fuerza popular, y unos cuantos simplemente le agradecen por haber creído en ellos cuando nadie más lo hizo. Porque Jorge Hernando Mejía no enseñaba solo música: enseñaba que siempre hay otra salida, otro ritmo posible.

Y mientras él afina su guitarra, sus palabras siguen tocando corazones:

Que un niño empuñe una guitarra y no un arma…”

Ese es su himno. Ese es su propósito.
Y esa es la historia de un maestro que no pidió aplausos… pero que los merece todos.

Las opiniones que aquí se publican son responsabilidad de su autor.

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