Cuando el 15 de marzo a las 6.48 p.m el juez James E. Boasberg ordenó de manera verbal al Gobierno de Donald Trump detener las deportaciones de migrantes venezolanos desde el aeropuerto de Harlingen (Texas), Franyeli Carolina Zambrano Manrique ya estaba en el avión, vestida con pantalón azul, pullover gris combinado con los zapatos y esposada de pies y manos, lo que le resultaba incómodo cada vez que se llevaba un trozo de sándwich o un sorbo de agua a la boca. Para esa hora de la tarde, casi de noche, un primer vuelo de la aerolínea Global X se encontraba surcando el cielo mexicano y un segundo se desplazaba sobre el Golfo de México (Golfo de América, según Trump). Ignorando la advertencia del juez del Tribunal Federal de Distrito de Washington, un tercer avión, el de Franyeli, se preparó para despegar y aterrizar, suponía ella, en el Aeropuerto Simón Bolívar, en la zona metropolitana de Caracas. Pero eso nunca sucedió.