
“Ahí cayó muerto mi hijo”. Lo dice Eva María Vázquez, sentada sobre su cama, mientras señala la banqueta desde donde le están haciendo esta entrevista. Jaime González fue asesinado dentro de una casa todavía en construcción, en un barrio humilde de Irapuato, en el Estado de Guanajuato, en el centro de México. Era el tercer hijo que le arrebataban. Lo mataron mientras su madre y el esposo de ella, Francisco Arias, estaban en la planta de abajo, con la cara contra el piso, las manos enredadas en la espalda, amenazados con una pistola. Antes de abandonar la vivienda, el comando armado se llevó también a Arias, al que todo el mundo conoce como Panchito. Lo hicieron por si acaso. No estaban seguros de haber matado a quien les habían encargado.



