En la historia de Hollywood, hay tres tipos de hijos de famosos, ‘hijísimos’ o, como ahora se les conoce popularmente, nepo babies. Los que reconocen su estatus y “agradecen las oportunidades gratis que reciben”, como Maya Hawke; las que reniegan del apelativo por “feo” y aseguran que su pedigrí les obliga a “trabajar “el doble de duro y ser el doble de buenos”, tal y como defiende Gwyneth Paltrow; o aquellos que, en palabras de Jamie Lee Curtis, lo viven como una condena eterna y sienten que el mote trata de “herirles y denigrarles”. Lo que hasta ahora no habíamos conocido era a una heredera que, en lugar de abrazar la solemnidad de lo que significa nacer con un apellido grabado en la frente, intentando justificar no solo su trabajo sino su mera existencia en la esfera pública, decidiera convertir su ascendencia en todo un espectáculo en sí mismo. Romy Mars, hija de Sofia Coppola y Thomas Mars –líder de la banda Phoenix–, inaugura una categoría propia que consiste, sobre todo, en no tomarse en serio ni su propio linaje. “Crecí en sets de rodaje y viendo cómo a mi padre lo llevaba en volandas el público en sus conciertos. Si tengo carácter no es mi culpa”, sostiene.