¡Avianca, el servicio inhumano no tiene excusas!
Resumen: Lo peor de todo es que este es el pan de cada día en Colombia. El servicio se ha vuelto inhumano, y quien paga son humanos.
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Esta columna nace de la pura indignación y de la frustración más profunda. No es un capricho ni una queja menor, es el grito de cólera de un viajero que se sintió maltratado, ignorado y, francamente, humillado por una empresa que supuestamente está para servir. Avianca, te escribo a ti, porque tu servicio no solo falló, sino que me hizo sentir todas las heridas que uno trae de la infancia: rechazo, abandono, humillación, traición e injusticia.
Compré un tiquete con escala a Valledupar. El primer vuelo, de Rionegro a Bogotá, salió puntual. Llegué al aeropuerto El Dorado a las 5 de la tarde, con más de una hora de holgura para mi próximo vuelo a las 6:40 p.m. Estaba tranquilo, compartiendo con unos amigos muy cerca a la puerta de abordaje. Cuando faltaban 25 minutos para el cierre de la puerta, nos dirigimos a abordaje. 25 minutos. No 5, no 10. ¡25 minutos!
El escenario de mi humillación estaba montado. La auxiliar de salida de embarque, con una frialdad que helaba el alma, nos cerró la puerta en la cara. Sin titubear, sin mostrar un ápice de humanidad, nos dijo un rotundo “no”. No podíamos entrar, ya habían llamado, ya no se podía hacer nada. A pesar de nuestras súplicas, a pesar de que le rogamos que hiciera una gestión, que se apiadara de nosotros, no hubo misericordia. Avianca no solo nos cerró la puerta, nos la estampó en la cara.
Me sentí rechazado, abandonado en un aeropuerto que no está en mi ciudad, con la única opción de pagar una penalidad para un vuelo al día siguiente, sin que me dieran garantía de cupo. Me sentí humillado, vulnerable, secuestrado en un lugar grande, frío y cero amable con los usuarios. La única salida que veía era tomar un bus, un viaje de 15 horas, para llegar a un destino que en avión estaba a poco más de una hora. ¿Injusticia? La palabra se queda corta.
Lo peor de todo es que este es el pan de cada día en Colombia. El servicio se ha vuelto inhumano, y quien paga son humanos. ¿Transacciones entre humanos con servicio inhumano? Una contradicción absurda que se vive en Avianca y en tantos otros lugares. ¿O acaso no lo vemos en las IPS del sistema de salud, en restaurantes, en taxis, en los estadios, en espectáculos, en hoteles y vacaciones todo incluido? Se ha vuelto paisaje, algo natural, la indolencia de quienes deben prestar un servicio, la falta de empatía y de principios.
Avianca, en esta ocasión, vulneró mis derechos como usuario. Yo no llegué tarde, no me fui cuando el avión ya había partido, estuve ahí con 25 minutos de anticipación. Lo que experimenté fue una falta de voluntad para ayudar, para hacer lo correcto. Y para rematar, cuando pedí una solución, me enviaron de un lado a otro como si estuviera en el “paseo de la muerte” de nuestro sistema de salud, donde nadie responde por nada, donde la inoperancia se vuelve la norma.
Nos creemos con el poder de no ayudar, con la autoridad de ser indolentes. Así me mantuvieron por dos horas, hasta que la desesperación me obligó a tomar un vuelo a Barranquilla y luego un bus hasta Valledupar. Lo irónico de la situación es que, en el bus, una empresa llamada Copetran, me trataron mejor que en los mismos aviones de Avianca, donde uno va empacado como una sardina.
Este es un llamado a la consciencia, a la ética, a la empatía. Avianca no es solo una aerolínea, es el reflejo de una sociedad que ha naturalizado la indolencia. Es hora de dejar de aceptar un servicio inhumano como si fuera normal. Es hora de exigir un trato digno, porque al final del día, detrás de cada tiquete, hay un ser humano con derechos y emociones, que merecen ser respetados. No es pedir mucho, es pedir lo mínimo.
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